Hay conceptos como el de “desarrollo sostenible”, “economía circular” o, el más reciente de “bioeconomía” que, poco a poco, se van abriendo paso en nuestro vocabulario habitual. Sin embargo, a veces resultan confusos, se utilizan como sinónimos o se emplean de manera incorrecta.

Con la idea de acercar estas cuestiones de forma amena y asequible, entrevistamos a Larissa Chermont, profesora de la Facultad de Economía de la Universidade Federal de Pará (UFPA, Brasil). Larissa es doctora en Ciencias del Desarrollo Socioambiental e investigadora del área de la Economía Ecológica e imparte clases en el Máster profesional en Gestión de Áreas Protegidas de la Amazonia (MPGAP-INPA). También es una de las invitadas del ciclo de charlas virtuales “Voces amazónicas”, que el CEB organiza en colaboración con el el Instituto Peabiru (Belém, Brasil).
Bioeconomía: una idea no tan nueva
Lo primero que preguntamos a la profesora Chermont es en qué consiste la bioeconomía desde una perspectiva amazónica. Larissa nos confiesa que, cuando hace unos años empezó a hablarse de bioeconomía, una de las reacciones más habituales de los economistas fue negar su existencia: la bioeconmía era algo que ya funcionaba y añadirle el prefijo “bio” a la palabra “economía” solo conseguía convertirla en otro rótulo sin efecto.
Avivando la polémica, nuestra entrevistada afirma que la bioeconomía no es un concepto en construcción como pretenden hacernos creer, porque no es una novedad para los economistas, sobre todo para los que desde hace tiempo manejan otro concepto: el de economía ecológica. La economía es la transformación de recursos en bienes y servicios, proceso que puede ser agresivo y no tener en cuenta a la naturaleza como sistema superior. Esta visión tradicional es la que se replantea la economía ecológica que parte, precisamente, de la importancia superior del entorno como base para la economía, de forma que los modelos de producción consideran variables ambientales y sociales, en busca de una mayor sostenibilidad. Herman Daly o el catalán Joan Martínez Alier son algunos de los “popes” de esta economía ecológica que la profesora Chermont, insiste, no es una nueva rama, ni un nuevo paradigma, sino el resultado la conjunción de los procesos de la naturaleza con los fundamentos de la economía.
Lo que se ha conseguido divulgando el término “bioeconomía” es atraer la atención del público general, no especializado, sobre algo que ya existía mucho antes. Porque en el fondo no existe economía que no sea “bio”, no hay economía sin la naturaleza. La profesora Larissa Chermont añade que la Amazonia es un ejemplo de especialmente destacado en este sentido, porque es una de las regiones del planeta donde es posible encontrar diversos modos de vida al margen del mercado sin que ello implique mala calidad de vida, algo que resulta impensable para la economía tradicional.
En busca de un concepto global de desarrollo sostenible
Después de escuchar a nuestra entrevistada la siguiente pregunta estaba clara: ¿La Amazonia debería proponer su propio concepto de desarrollo sostenible?
Larissa nos cuenta que una vez, cuando impartía un seminario en una red de productores tradicionales en el Estado de Amazonas, planteó a su maestra, Edna Castro, una eminente socióloga, la cuestión de qué eran las comunidades tradicionales. Aquella gente que pululaba a su alrededor no formaba parte de un grupo tradicional. No eran indígenas, ni quilombolas, ni ribeirinhos… Eran como ellas: amazónidas. Su profesora contestó: “Si ellos se declaran tradicionales, lo son. Sin más. Que no encajen en la definición prestablecida de ‘población tradicional’ no quiere decir que no lo sean”.
En ese momento, nuestra entrevistada comprendió que, igual que ocurría con las “inclasificables” comunidades tradicionales, era posible encontrar fallos del mercado, cosas que el mercado no podía explicar y que, no por ello, dejaban de existir. Por eso, llegar a un concepto de desarrollo sostenible amazónico, en su opinión, es limitar el propio concepto de desarrollo. No es necesario definir el desarrollo como si fuera un estudio de caso, o sea, un desarrollo concreto para las poblaciones de la selva, otro para las de las riberas del río Amazonas… Para ella, desarrollo es todo proceso donde hay justicia social, igualdad, aprovechamiento económico y calidad de vida cultural y ambiental.
La profesora Chermont recela que, plantear un desarrollo sostenible solo para la Amazonia, pueda tener como resultado su aislamiento, como si la Amazonia no precisara interactuar con el resto del mundo y por eso necesitara su propio y particular concepto de desarrollo. Por eso el concepto de desarrollo sostenible tiene que ser global ¿Os parece una postura polémica?
Todos sabéis, y si no os lo aclaro ahora mismo, que la Amazonia abarca varios países de América Latina: Brasil, por su puesto, pero también Bolivia, Colombia, Ecuador, Guayana, Perú, Surinam y Venezuela, y la Guayana Francesa, con un territorio de aproximadamente siete millones de kilómetros cuadrados. Teniendo esto en cuenta, y lo dicho hace un momento por Larissa Chermont, de que es necesario un concepto global de desarrollo sostenible, la siguiente pregunta se formula sola ¿Es posible aplicar algún tipo de política económica común a todo ese basto territorio amazónico, por encima de diferencias culturales, regionales e incluso legales?
Hacía la construcción de un concepto panamazónico
La profesora Chermont nos dice que cerca del 60% de los brasileños consideran la Amazonia como algo lejano y al margen del resto del grueso de la población que habita la zona centro – sur del país. La Amazonia es suya, claro, pero lo es de una manera distante y desapegada. Existen aún muchos mitos y falsas creencias como la que considera a la Amazonia un vacío demográfico, desierto, en el que no vive nadie o la peligrosa idea de que la Amazonia no puede arder, porque la selva húmeda no arde… Mentiras que se repiten de forma constante y alejan a la población general de un auténtico conocimiento sobre esta región del país. A este distanciamiento propio, se unen las dificultades de trabajar en el ámbito internacional, con los países de la llamada Panamazonia.
Ese distanciamiento hace que se sepa más de Europa, por ejemplo, que de otros estados y países amazónicos. Sin embargo, nuestra entrevistada afirma rotundamente que, para que haya espacio para la bioeconomía o para una vivencia amazónica, es imprescindible que ésta sea panamazónica, panamericana. Los habitantes de todos los territorios amazónicos comparten un sentimiento común de pertenencia, siendo muchas más las cosas que les unen que las que les separan, como puede ser el caso de la lengua. De hecho, lo que más los separa hoy en día es la falta de comunicación y esto, en realidad, solo es útil a los gobiernos y a ciertos agentes económicos, que quieren mantener nichos de mercado o la exclusividad de la explotación de ciertos recursos. Por eso se excluyen a las poblaciones tradicionales del mercado: no hay una especie de ley universal que las aparte “mágicamente” de en medio, es una ley del mercado. De ahí la necesidad de políticas públicas que den visibilidad a los saberes y sistemas tradicionales de producción, a estas otras formas de economía, al margen de los mercados.
Solo nos queda dar las gracias a la profesora Larissa Chermont por su amabilidad y simpatía y emplazaros a ver su conversación con el director del Instituto Peabiru, João Meirelles, en el ciclo “Voces amazónicas“.
Referencias
Federico Aguilera Klink y Vicent Alcántara (Comp.): De la Economía Ambiental a la Economía Ecológica. Barcelona: ICARIA: FUHEM, 1994. Descarga pdf.
Entrevista a Joan Martínez Alier en la revista Papeles, nº 104 2008/09. Descarga pdf.